Pasó otra presentación del Indio junto a los Fundamentalistas del Aire Acondicionado (cada vez suenan mejor, muy buena banda de verdad), esta vez en el hipódromo de Tandil. Pasó otra misa, otro rito, tal vez en algunos puntos distinto a los últimos que me tocó vivir en cada show de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, como también serán distintos de las primeras presentaciones de la banda en lugares como Palladium, Cemento o el Margarita Xirgu. Pero seguramente también existen muchos puntos en común con los shows de Los Redondos, y claro que es así porque sigue estando el Indio, la mejor fruta de nuestro rock, por cierto más madura, pero que no pierde el jugo.
Esta vez no tengo la intensión de escribir una nota del show del Indio, ni ponerme en el rol de periodista musical. A los que nunca tuvieron la posibilidad de ver a Los Redondos en vivo y que ahora no concurrieron a alguna de las presentaciones del Indio, quizá les cueste entender esta clase de sensaciones y seguramente hayan sentido ganas de meterse en el medio del "Pogo más grande del mundo", mostrado por estas horas en varios noticieros con las imágenes capturadas por TN desde la puerta del hipódromo. Pero hay cosas que una cámara no puede mostrar, sensaciones que no se transportan a través de una lente, sino que ingresan por las retinas de los presentes y se instalan para siempre en el alma de cada uno.
Así fue como navegando por la Web, encontré en "Mundo Redondo" un fragmento de un número de la Revista Rock & Pop de noviembre del año 1986 en la que el gran Eduardo De La Puente contaba lo que había visto en Palladium…Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. 25 de octubre. Presentación oficial del LP Oktubre. Pasaron casi 22 años. Ya no está el Piojo Avalos en la batería, ni el desgarbado ballet de Skay en la guitarra. Ni siquiera están Los Redondos, sino que al líder de aquella banda ahora lo acompañan jóvenes virtuosos que hasta fueron sus propios fans. Los mil y pico de fieles se transformaron en 50 miles de patéticos viajantes de todo el país y alrededores. Seguir al Indio ya no cuesta unas pocas monedas, aunque sí es mucho más accesible que muchos otros artistas, nacionales e internacionales, que ni podrían laburarle de plomo a Solari. Pero fíjense como la nota puede adaptarse a lo que pasó este fin de semana en Tandil. Los conciertos siguen siendo efímeros e inexplicables, tal como lo resalto en la nota de De La Puente:
“Los Redonditos” tienen la forma de hacerme creer que son para mí la mejor fruta. Sábado noche; comienza la misa. Se trata de una religión pagana y pecaminosa, un culto embriagador y hasta ahora misterioso: la exaltación del placer, la sublimación de la sensualidad. Cada nota, cada acorde, cada ¡”Crum”! en el tacho del Piojo, cada palabra que larga la reventada garganta del Indio Solari es vehículo ideal para atiesar fibras, reventar nucas y -si te animás- sumirte en una sensación de palo intenso, de orgasmo tardío y acompasado.
Los fieles son cerca de 1200, agotan la cerveza antes del séptimo tema, se compactan al pie del escenario, no temen al roce de sus cuerpos y hasta se bancan gozarlo si “Semen up” obliga al atrás-adelante en forma natural. El resto no importa; ni Paladium, ni el desbole de la entrada, ni la espera. Y el calor transformando la platea en el mismo living del infierno; calor pegajoso en pleno “Oktubre”.
Bola de temas nuevos, casi las tres cuartas partes del show, pertenecientes al nuevo LP de “Los Redondos”. Más entradores de movida que los clásicos (que entraron a fuerza de años), un par de estribillos que ya nunca más se te van a escapar de la cabeza y algunos feligreses medio jovatones que fruncieron la nariz al escucharlos, pero que no pudieron evitar entregarse ante ellos, abrirse de gambas exigiendo la violación brutal cuando por una u otra cosa sintieron que “Los Redondos” hurgaban en el núcleo de “sus más secretas pesadillas”.
Ojitos hambrientos de “especialista” se posan en las tablas; la vieja idea de que el trabajo no es placer baila en la cabeza y necesito sacudir el deseo para entregar algo de objetividad. ¿Por qué no se puede apartar la vista de lo que pasa ahí arriba?. No hay maquillajes, no hay peinados ni vestuario, no hay ballets, no hay figuras “estéticamente atractivas”, no hay escena. Algo no encaja. Y cuando la sensación vuelve a subir y la sed es cosquilleo que va del sexo a la garganta las cosas quedan claras: “Los Redonditos” son la escena, el ballet es Skay desgarbado, los dedos deslizándose solos, el Indio sacudiéndose en un espasmo rítmico. El maquillaje es “Patricio Rey” haciendo equilibrio en la punta de un seguidor.
Y todo embolsado en el cajón de lo efímero; el concierto se termina siempre antes de lo que uno espera. Y como todo lo efímero es mejor gozarlo en el momento, sin pensar en el inesquivable relax posterior. Por eso no puedo explicarte cómo sonaron, ni puedo darte la cantidad de espectadores exacta, ni el color de las luces, ni el neto de las propinas del guardarropa; porque no me calenté en averiguarlo. No me interesó cronometrar, encasillar o trabajar. Los datos me resbalan ¿okey?. “Los Redondos” son los únicos que me llevan a rasgar la alfombra por su amor, a salir con mis huesitos descalabrados y a pensar en la redacción de este comentario como otra fuente más de placer.
Con ellos, sos rico por unas pocas monedas.