
Del partido qué se puede decir. Era una batalla, se sabía. Tenía todos los condimentos mediáticos. Los ex, de un lado y del otro. Las picas en el partido de ida. Las presiones. La historia. Y una multitud en el Monumental. El marco perfecto para un partido que va a quedar grabado en la memoria, de cuervos y gallinas. Del fútbol todo.
Llegamos a la cancha con el partido empezado. El tráfico desde el centro era un infierno y estacionar por Núñez otro. Subiendo las escaleras se escucha un grito de gol. Lo gritan los cuervos que suben. ¿Pero si el grito parece que viene de abajo?, me pregunto. Entramos corriendo para ver que pasaba. Y se veían los brazos de los cuervos cruzándose en el aire, por el gol mal anulado por el línea Maidana (bien Ramón al meterle presión), al Loco Abreu. Respiramos, todavía estábamos 0 a 0. Pero el respiro duró poco, ya que enseguida llegó un gol que no vimos, porque desde las bocas de entrada/salida solo se veía de la mitad para el arco de Carrizo. Un tiro libre de Abelairas que no fue conectado por Falcao, pero que sorprendió a una pobre respuesta de Orion. 0-1. La cosa pintaba mal.
La cuestión se ponía difícil, pero no imposible. Había que empatarlo rápido. El partido se le iba de las manos a Pezzotta (se confirma que esta clase de partidos solo pueden ser dirigidos por Baldassi). Falcao castigaba a Méndez y los jueces se hacían los sotas. Orion quería hacer justicia por mano propia y le pegaba a Abelairas, que nada tenía que ver. Por suerte el árbitro solo lo amonestó. Y luego más actitudes infantiles. Y como de costumbre, Rivero. Este chico confunde lo que es dejar todo en la cancha, con hacerse expulsar en los momentos que el equipo más lo necesita. Como pasó en Toluca, Rivero se borró. Y esto debe ser castigado, por dirigentes y técnico. Y la gente tiene que entenderlo. En el fútbol hay que meter, pero usando la cabeza.
En el entretiempo y en la salida del equipo, los cuervos nos hicimos sentir. No queríamos que se repita la historia del 96. Nosotros reemplazaríamos a ese jugador menos para conseguir el empate. Lamentablemente Bottinelli tampoco lo entendió. Acompañó 40 metros a Falcao, para clavarle un codazo estúpido en la cara, cuando la pelota ya la tenía Orion y la jugada estaba terminada. Y para colmo en el área. Expulsión y penal para River por culpa de otra actitud idiota e inexplicable, que también deberá ser sancionada por el club.
Abreu clavó el segundo (Orion volvió a ir hacia el otro palo, por suerte no fuimos a penales). Y para colmo el Loco lo gritó. Ahí la calentura en la tribuna cuerva llegó hasta el tope. La mayoría de la gente lo insultó, yo no pude. Le tengo mucho cariño y en ese momento mis insultos se dirigían a Bottinelli y Rivero. Reconozco que Abreu estuvo algo mal, no porque grite el gol, sino por algunos gestos que vienieron después, tras escuchar los insultos de los cuervos. Duele mas con él que siempre había sido respetuoso y cada vez que podía agradecía a San Lorenzo por haberle abierto un montón de puertas en el fútbol. Quiero pensar que se dejó influenciar porque el partido estaba caliente y su relación con las gallinas no era la mejor. Hacía unos días había declarado que su hija se había puesto a llorar por como lo insultaban. Pero bueno, prefiero quedarme con los gratísimos recuerdos del Loco con la camiseta del Ciclón, sus goles en los clásicos, sus festejos. Otros grandes ídolos del club, como Sanfilippo y el Beto Acosta, pasaron por momentos parecidos cuando jugaron en Boca, y luego se los perdonó.
Como dije el partido estaba muy caliente y pintaba para que pronto nos quedemos con 8. Pero por suerte el equipo de Simeone se equivocó y en lugar de enfriar el partido teniendo la bola, nos la regaló. Y fuimos. Los 9 que quedaron en la cancha, empujados desde el fondo por los gritos de Orion. La entrega de Gonzalito, cumpliendo su función y la del estúpido de Rivero. El ingreso de Aguirre para sacar de cabeza y ser el primero en la noche en ganarle a Abreu (nobleza y estupidez de Botti obligan, ahora Aguirre debe ser titular). Placente dejando todo en el segundo tiempo y llevando la pelota con criterio hacia adelante. El Chaco Torres incansable, comiendo piernas, pero sin desmedirse y jugando la pelota con precisión. Como el Negro Acevedo y hasta Alvarado luego. Con un D´Alessandro que por fin se hacía dueño de la pelota, teniendo también su propia revancha. Con Silvera algo ido del partido, pero aguantando una pelota clave en el área, para que llegara el descuento de Bergessio. ¿Qué decir de Bergessio? El héroe de la noche. Se recibió de ídolo. Otro incansable, hasta cuando parece cansado. Va a todas y deja la vida. Corre a los defensores cuando salen jugando. No da una por perdida. Y así llegó el descuento, tras un buen pase de Placente.
Lo gritamos como locos. Estábamos vivos, otra vez. Hasta ahí había penales. Sabíamos que no era lo mejor. Carrizo es un especialista y Orion todo lo contrario. Tal vez hubiésemos firmado si en ese momento nos decían que ésa era la opción. Pero cuatro minutos después se acabó esa posibilidad. El cabezazo de Bergessio entró, para vengar aquel del Cabezón Ruggeri en el 96. Y se desató un grito interminable en lo alto de la tribuna visitante y en todas las casas de los que lo seguían por televisión, porque no consiguieron alguna de las 7100 entradas. Y en los bares de Boedo y en todos los puntos del país y del mundo donde haya un cuervo. Y seguramente también en el Bambino, Silas, Biaggio, Ruggeri y el Gallego González. En todos los que estuvimos aquélla trágica noche y teníamos sed de venganza.
Y el Monumental enmudeció. 50.000 gallinas miraban incrédulas lo que sucedía, pensando en que tupperware se iban a encerrar por estos trágicos días, tras caer en la Bombonera y ser eliminados por un hijo pródigo. Permanecieron callados, mudos, mientras a las estrellitas de su equipo (el chileno Sánchez, el pequeño buenas noches, etc) les quemaba la pelota en los pies. Encima Tuzzio, quien minutos antes solo se dedicaba a hacer tiempo, prefirió irse antes al vestuario y no sufrir el papelón del final. Y va a haber velorio en el gallinero, gritábamos los cuervos desde arriba. Esa misma canción que se inventó en el 96 y que se hacía realidad (al menos en una parte, hasta ahora).
Una parte, hasta ahora. Quiero pensar en frío por un instante, aunque recordar el partido no me lo permite. El objetivo de San Lorenzo es ganar la Copa, no quedarse solamente con la eliminación a River. Está bien el festejo, la locura y las cargadas. Pero no se debe desviar la mira. Solo se subió un escalón más. Importantísimo y difícil, sin dudas. Ahora viene la dura Liga de Quito y nuevamente los fantasmas de la altura. Estamos entre los 8 mejores equipos de América y ya no hay rivales fáciles, pero si antes de comenzar la Copa nos decían que íbamos a enfrentar a la Liga de Quito en Cuartos, firmábamos todos, sin lugar a dudas.
Dejamos en el camino a River y a los fantasmas de la historia. ¿Vieron que no mordían? Si empujamos todos se puede. Aunque estemos en inferioridad, numérica y futbolística. Porque desde la tribuna podemos transformarnos en uno, dos o los jugadores que hagan falta (esto no significa que se pueden seguir permitiendo expulsiones irresponsables como las de anoche). Porque así somos los cuervos. No somos espectadores. Somos parte del juego. River lo sintió anoche. Racing el año pasado. El Rojo aquella tarde del gol de Montillo. Y Boca siempre, claro. Agonizábamos, como en Bolivia, y volvimos a vivir. Resucitamos, como cuando volvimos de la “B” o cuando fuimos locales nuevamente. Como marca nuestra historia. Esa historia distinta. Única. Inexplicable.